Actividad de lectura
IX. DEL DÍA Y LA NOCHE DE CARNAVAL Y EL AGRIO FIN DE UNA OCULTA QUERELLA QUE ENTRE ALFANHUí Y DON ZANA MADURABA
Amaneció por fin, un día violento y sesgado, con un duro cielo de acero y un viento de halcones. Escasas nubes blancas corrÍan muy lejos, a lo largo del levante1. Era un cielo lleno de prisas, como de batallas. La ciudad callaba agazapada en medio de los campos como una inmensa liebre temerosa. Rechinaban al viento las negras chimeneas de lata, vacías de humo. La ciudad estaba indefensa bajo el cielo; no guardaban los pájaros su aire, ni el humo sus tejados. Callaba y encogía su lomo al viento, como animal azorado. Y el cierzo batía las calles y las invadía, como buscando alguna venganza. Restallaban las ropas tendidas en los patios y en las traseras que dan a los solares. Y el sol se echaba sin respeto sobre la ciudad, con la luz plana de las llanuras. La ciudad estaba desnuda y al descubierto; se la veía hecha sobre los campos, vacía del ensueño que la amparaba. Con sus ojos abiertos tenía miedo de su soledad y se miraba en torno como diciendo: "Yo soy nada sobre los campos."
Era un día para los pálidos y desamparados que subían a las azoteas a mirar ojerosos la montaña y a sentirse fuertes, por una vez, cara al viento.
Pero detrás de los oscuros cristales, ojos de mujer miraban temerosos el día y el viento, y decían en un escalofrio: "iMalo viene este car-
naval! "
Así pasó el entero día, sin que cesase el cierzo de batir, sin que apenas nadie saliera a la calle. Y al ocaso, todo ensueño estaba barrido, desnu-
da la ciudad. Alfanhuí y don Zana no se vieron. Alfanhuí había pasado el día por la calle, paseando lento, con las manos en los bolsillos de la chaqueta y la cabeza alta, como oliendo el aire, atento y frío.
Al caer la noche, Alfanhuí y don Zana se hallaban en dos extremos opuestos de la ciudad. Don Zana, al mediodía; Alfanhuí, en el septentrión, del lado del viento.
Cesó por fin el cierzo y sonó la hora. Don Zana comenzó a buscar a las máscaras. Subía a las casas y escogía al más triste, para que se pusiera una careta y bajara a la calle, a reír y a cantar. Nadie se oponía. Así iba juntando algunas docenas de máscaras y venía con ellas hacia el centro. Por la otra punta, solo y decidido, avanzaba Alfanhuí.
Empezóse a oír desde lejos el tropel de las máscaras, que tocaban, cantaban y danzaban y se detenían de cuando en cuando, para recibir a
alguna más. Delante de todos iba don Zana, imponiéndoles la risa a la fuerza, sin dejarles descansar. Algunos traían careta de cerdo o de
gorila; otros, de payaso o narizotas. Las voces se deformaban en las caretas de cartón y salían como gruñidos. Algunos lloraban por dentro y los colores de las caretas se corrían y se despintaban. Pero don Zana no les daba reposo. Chocaban a veces contra las paredes o contra los faroles, e iban encorvados, arrastrando los pies y dando tumbos y tropezando en sus largos manteos2 de colores. El oscuro, confuso tropel iba a merced de su risa, como desposeído de su voluntad, bajo un inmenso peso. Y cantaba y aullaba y gruñía, como arrastrado en una colectiva epilepsia. La agilidad de don Zana, ligero paladín, contrastaba con aquellos cuerpos grandes, torpes y encorvados, cargados de ropa.
Al fin, don Zana se detuvo. Toda la comitiva se apelotonó tras de él, como un bulto informe2 que zumbaba y se columpiaba levemente hacia los lados, con un murmurar gangoso y apagado. Don Zana seguía quieto, mirando al fondo de la calle. Un rostro blanco y fino se destacaba en
la oscuridad; alumbrada media cara por la luna, la otra media en sombra.
Alfanhuí y don Zana se miraron un momento. Luego Alfanhuí echó a andar. El tropel de las máscaras se desbandó silenciosamente y cada
uno huyó por una calle y desapareció en la noche, dejando máscaras y trapos dispersos por el suelo.
Alfanhuí y don Zana avanzaban el uno hacia el otro. Ahora don Zana hubiera querido huir, pero la mirada de Alfanhuí lo tenía clavado.
Junto a lo oscuro de una esquina se juntaron. En los ojos amarillos de Alfanhuí, habia ira. Agarró a don Zana por los pies, lo levantó en el aire y comenzó a sacudirlo contra la esquina de piedra. Se soltó la redonda cabezota y la risa pintada de don Zana fue a estrellarse rodando contra los adoquines. Sonaba y botaba como la madera. Alfanhuí golpeaba con furia y don Zana se destrozaba en astillas. Al fin quedaron en las manos de Alfanhuí tan solo los zapatos color corinto. Los tiró al montón de astillas y respiró hondo, apoyándose a la pared. Un sereno venía corriendo y gritó:
-iEh!, ¿qué jaleo es ese?
Alfanhuí dijo apenas:
-Nada, yo.
El sereno vio los restos de don Zana, esparcidos por el suelo.
-¿Qué es eso?
-Ya lo ve. Astillas y trapos.
Dijo Alfanhuí, mientras los empujaba, como distraído, hacia la boca de la alcantarilla.
SÁNCHEZ FERLOSIO, R. (1973) Alfanhuí, Barcelona. Editorial Destino
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- Viento septentrional más o menos inclinado a levante o a poniente, según la situación geográfica de la región en que sopla
- Y2llcnpv
- norte (‖ punto cardinal)
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- oblicuo (‖ que se desvía de la horizontal o vertical). Desviado, tendencioso.
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